Original Article by Alessandra Simmons-Robles
“Esta es la universidad; está bien si no están de acuerdo,” dijo mi profesora inquisitivamente, incitando una pausa larga e incómoda de los treinta estudiantes sentados en frente de ella.
Smith College tiene la reputación de ser un centro de estudiantes activistas radicales e izquierdistas. Tanto es así que parece que hemos decidido que, si nos identificamos con este título, debemos compartir los mismos puntos de vista, estar de acuerdo, y además, no participar en conversaciones que desafíen este consenso.
Esta es una observación de la que he notado frecuentemente durante mi segundo año aquí en Smith. Hablando de eventos actuales con amigos, o respondiendo a preguntas en clase, encuentro que nos ponemos en acuerdo para evitar conversaciones potencialmente incómodas y momentos para el pensamiento critical. Ni nos damos el chance de reflexionar sobre nuestras ideas o preguntar más de perspectivas distintas. Estamos tan acostumbrados a la cámara de eco de creencias similares, asumiendo que la otra persona piensa de la misma manera.
Lo que me confunde de esto, es que, como individuos, claro que vamos a tener entendimientos variados del mundo, y, por lo tanto, no estar de acuerdo. Mientras que probablemente no habrá desacuerdo en temas relacionados con derechos humanos, nuestras experiencias distintas nos llevarán a tener enfoques y perspectivas distintas en todo que encontramos. Ya sea la religión, la raza, la etnicidad, el género, o la clase económica, las dimensiones de nuestras identidades influyen en cómo percibimos nuestras vidas y nuestra educación universitaria.
Para mí, reconocer las diferencias es fundamental para diseccionar y entender mis valores personales. Las conversaciones más reveladoras que he tenido siempre tienen que ver con hablar de opiniones diferentes y entender la perspectiva de alguien más para reflexionar por mi cuenta y encontrar puntos en común. Evitar el desacuerdo– asentir con la cabeza en aprobación y permitir un silencio cuando nos consulta alguien de nuestras opiniones– ni fortalece ni confirma nuestro activismo; solo permite que evitemos el arduo trabajo de analizar nuestras propias perspectivas, cuestionar las de otros, y hablar de ellos juntos.
La activista y profesora del Estudio de mujeres y género Loretta Ross ha escrito sobre el concepto de invitar a la conversación (calling in, en inglés), en vez de criticar y excluir (calling out). En su TED Talk sobre el movimiento Calling In, lo describe como, “herramienta y práctica para convertir las conversaciones difíciles en productivas.” Ross describe este marco como forma de “ayudar a reconocer el daño y a la vez crear un espacio para el crecimiento, el perdón, y el entendimiento.”
No soy experta en este tema. Escribo esto porque me encuentro asintiendo con la cabeza en clase, negando ofrecer opiniones alternativas, y repitiendo lo que dicen mis amigos en conversación diaria. Me enteré de que la burbuja de un de un ambiente “progresista” no siempre provoca el tipo de pensamiento crítico que inicialmente esperé.
Aprendemos a tener conversaciones importantes de temas “polémicos” y a estudiar profundamente estos asuntos, pero parece que solemos fallar a implementar estas habilidades en nuestras vidas cotidianas. Cuál es el propósito del conocimiento si no ponemos en práctica nuestros pensamientos?
Estoy agradecida de vivir en un ambiente en que los estudiantes pretenden lograr el entendimiento colectivo, pero creo que el desacuerdo no es la raíz de la tensión; sino, es el fingimiento que todos pensamos igual, y que no existe el daño en este campus. Me entero de que no estoy practicando la habilidad necesaria de encontrar lo común entre mi y otras personas, de aprender desde perspectivas fuera de la burbuja, e invitar en vez de criticar. El silencio que sigue cuando mi profesora nos pregunta del desacuerdo sugiere que a muchos de nosotros no nos estamos desafiando a salir de la burbuja tampoco.